domingo, 11 de abril de 2010

Carta a mi hermano Roberto


A pesar de los desencuentros, siempre podré volver a casa y ver tus nueve octubres durmiendo plácidamente, es condición sine qua non, de la felicidad tener un hermano de nueve años que ya te gana las partidas de ajedrez.
Obligado a madurar, a fuerza de compartir sus años mozos con sus dos mendrugormanos, que tendrían la paciencia de jugar con él sino tuvieran consumidas de antemano, veintiséis de las horas del día siguiente.
No tuvo él la culpa de tenerme como hermano, pero bien lo paga. No quiere ser abogado, la causa es, estoy seguro, que me conoce más que nadie. Sabe, antes que mi madre, que soy ateo, y me ha visto llorar, más de una vez, por esa morena, menudita, pero solemne.
Le debo unas témperas, las usé en un expres/arte, me lo recuerda cansadamente cuando nos vemos, sabe que no podré devolverlas, aún así está resuelto a no olvidar la obligación que tengo con él.
No sabe que estoy escribiéndole; pero tarde o temprano tendrá cuenta de hotmail y el ego me obligará a ponerle en conocimiento que tengo un blog.
Quiero conocer a mis hijos; saber si ellos podrán cambiarme, o, mejor, cambiar yo por ellos. Pero la juventud es hilarante y temporal, a algunos viejos debe dolerles no haber sido jóvenes intensos, haber preferido lo material por sus pasiones, o peor, lo material como su pasión.
Ojalá cuando leas esto, ya me hayas perdonado.